Estaba un poco maldita, deseándote aquel día. Frente a mi, el caos de mi existencia; frente a mi, todo lo que constituía mi ruina. Tus hombros frente a mi cara; tu pecho, desbocado sobre mi pecho; tus manos, tejiendo hilos de placer en mi cuerpo, conexiones entre mi piel y la tuya. Entre tus dedos, mi destino, lo que consideraba mío, y que disfrutabas quitarme para lograr que rogara por ello. Querías verme delirando, padeciendo un placer disfrazado de falso sufrimiento, mordiendo mis labios para frenar lo que mi garganta quería dejar salir, eso que amenazaba con explotar en mis entrañas, lo que se sentía como una marea de fuego, incansable, que solo lograba crecer mas y mas. Tu cintura sobre mi pelvis, creando sismos en mis profundidades, mis manos rozando tu espalda, se tornan violentas al tratar de apaciguar tus movimientos; trato de soportar, trato de no perder la cabeza. Me aferro a tu pecho, al aroma de tu cuello, a tus resoplidos vehementes, a la expresión extasiada de tu rostro y a tu mirada lasciva, que me indica que no te conformaras con pasearte por mi alma por solo unas cuantas horas.
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